fotograma tomado de The Grand Bizarre (2018) — Jodie Mack
Cierra los ojos. Búscate en la nada. En el único lugar de perpetua oscuridad.
A lo lejos en la copa de un árbol desnudo baila un viejo e indistinguible tejido azul que alguien dejó volar desde la terraza o desde un balcón. Allí se asentó, se dejó zarandear por los fríos vientos de un invierno que nadie pidió. Pero se quiso quedar, acompañado de las ramas en apariencia débiles. No lo sueltan. Solo, sin nada que lo acompañe más que la naturaleza. Ponte en posición fetal, llora, cruje en temblores.
Lo único que queda es la mente de la que es difícil salir. Levántate, canta y de nuevo en llanto intenta hacerte escuchar sin molestar. Es imposible, la mente no te deja escapar e igual molestas. Trágico greco-destino.
Sal a correr. ¿De quién? ¿De qué? ¿De ti? Ve tú a saber cuántos antes hicieron lo mismo.
Suda por cada poro. Por las sucias axilas, por las quebradas y dobladas manos que jamás han trabajado. Cada vena carga lo que no puedes disipar. Quisieras que llevaran el talento de crear música a través de las suaves teclas de un piano que ocupa tres habitaciones pequeñas. Sólo se puede caminar al rededor de él. Fuera del ruido que no sabes ni puedes teorizar.
¿Cómo hacían los antiguos samurais? Una daga pudo hacer el trabajo. Bañados de la pelvis hacia abajo y con la vista nublada morían lentamente. Desentrañadas gárgolas cruzan la frontera entre la tranquilidad y la inutilidad.
Miles de años más tarde las manos de los débiles mortales siguen tiritando de ansiedad, de frío, de miedo, de desidia, de incuria, de desaliño, de descuido, de dejadez, de inercia, de negligencia. Y más sinónimos que aún antiguas lenguas podían abstraer la infinidad de significados inventados.
¿Podrían tocar mejor el violín? En él trabajan también los brazos, las huellas de los dedos detienen las vibraciones. Es impresionante la manera en la que el ruido te alimenta. ¿Cómo mantener la postura? Haz tu propia escena.
Producir inverosimilitud; si dejas que tus espectadores sufran estarás creando miedo. ¿Tienes miedo de tocarte? Si tu cuerpo te habla y te lo pide preséntale el ahora del disfrute. Sabes lo que te gusta hacer o haces lo que te gusta saber.
Poder inmaculado. Éxtasis nirvánico y redundancias desembuchadas. Libertad de pensamiento es lo más puro si crees que piensas libremente. Déjate engañar por tus deseos. Recurre al álgido instante. La impotencia es crítica pues te demuestra de lo que eres capaz. La madera te quiebra los huesos. La postura del pianista lo hará bestia. El bruxismo es intensional. Eso te pasa por no escuchar a tu cuerpo.
Ahora que no tengo cabello siento más el frío y el frío también quiebra los huesos. Te penetra más que la luz a los párpados. Aún si intentas cerrar los ojos y presionas fuerte las palmas vas a ver destellos. Se sabe que presionas la retina, estimulas los bastones y los conos. No puedo explicar los patrones caleidoscopicos.
Bailamos con furia. O eso me hicieron creer. Furia tal vez. Ciudad del barro. Bailoteos tiesos, movimientos funky. Diversión bienintencionada. Depresión coyuntural.
Podría plantear la historia de amor en la que dos seres humanos caen al infinito abismo de la pasión romántica y así, intentar ser didáctico en mis palabras. Nos enseñaron que amar es más una dimensión de inmanente felicidad que un actuar desenfrenado. Aprendí que el amor no se encuentra porque para mí es Dios. Fuera del ritual y del dogma, la enseñanza me tiró un balde de agua helada que despertó esa perspectiva omnisciente. Por eso no deseo exponer mi verdad. Entenderla no te hará libre, escucharla podría hacerte reír. Mi responsabilidad es no dejarlos caer porque el golpe los despertaría y tan dóciles y tiernos que se ven dormidos. En sus alucinaciones constantes la vida se hace más vida y la muerte no dolería y ella no trae el descanso. Porque si el texto fluye y cobra vida encontrará que más allá del árbol: los signos viven de relaciones. Volver a lo abstracto no es opción. Por suerte o por ignorancia, lo único que hago es nada(r).
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