Con gamas de rojo, azul y amarillo están cubiertas las estructuras del salón de juegos infantiles en el complejo de entretenimiento “Promised Land” en Auckland, Nueva Zelanda. El portón que da al salón de juegos infantiles siempre está abierto. Los niños y niñas que corren por el pasillo tienen que detenerse unos cuantos segundos solo para dimensionar este nuevo espacio lleno de posibilidades. Un suelo sintético rojo que absorbe los impactos cubre ambas mitades del salón. Son unos 900 m² desde el portón hasta la pared que, decorada (en todos sus lados) con un papel vinílico de patrones cubistas, encierra la multiplicidad de misiones que emprenden cada uno de los pequeños exploradores.
La primera sección que se ve al entrar, a la izquierda, es la de los equipamientos oscilantes: balancines, toboganes, columpios. Justo al lado, en un espacio acordonado, hay voluntarios adornados por un uniforme crema pálido que trabajan didácticamente en el desarrollo heurístico y psicomotor. La siguiente sección reúne los equipamientos de gimnasia: fosas con cubos de espuma, piso de trampolines y plataformas de salto. Este diverso sistema con picos de energía y curvas de descanso no podría reflejar algo que en la naturaleza estaría por sentado. Todo cambiaría si los exploradores se trasladaran al Parque Nacional de Tongariro.
Del otro lado del portón, paredes de un gris asfáltico dirigen a quien quiera mantenerse entretenido. Salones de arcade, de lectura, de ejercicios, de conferencias, de exhibiciones, tiendas departamentales, un teatro y un casino. Todo acompañado por canciones de Chuck Berry casi el 30% de la mañana y un 40% en la tarde. Se le da una oportunidad a algunas canciones contemplativas de jazz y de Los La De Das el porcentaje sobrante de tiempo.

El extenso panorama de incongruentes aparcamientos es recorrido por un elegante consultor legal que mientras camina, mantiene su mirada hacia el gigantesco edificio de tiendas departamentales. Al entrar, un barullo incesante de siluetas y luces fluorescente hace oscilar la cabeza del consultor. Piensa en su hijo, en su esposa y en las prendas que usan. También se inspira en las camisas sueltas que llevan las parejas jóvenes. Detenido frente a un mapa del complejo y con una bolsa a cada lado del cuerpo revisa mentalmente, como si clasificara los archivos de sus clientes, los lugares que no ha visitado dentro del complejo. Un grupo de niños guiados por un muchacho con el tan cuidado uniforme crema pálido se detienen cerca del consultor para revisar las últimas pistas que encontraron. — Un niño grita, «LA FILA DE PALMERAS ESTÁ AL LADO DE LA ESCALERA ELECTRICA» — Todo el grupo, compuesto por 5 niños, sale a correr sin esperar la indicación del muchacho que mientras los ve alejarse suelta un poco de aire, se mete las manos en los bolsillos y camina en la clásica posición Charlie Brown. Después de presenciar esto el consultor sabe a donde quiere ir.

Del portón salen grupos de niños confundidos, guiados por los voluntarios con el uniforme crema pálido. Algunos todavía descalzos comentan entre ellos las causas de la evacuación. Unos dicen que hay que limpiar y otros que tienen que reorganizar y calibrar. Uno de los voluntarios lleva a un niño cargado que sin medias y en silencio se distancia de sus compañeros por el otro lado del pasillo. El jefe de seguridad les dice a dos hombres, encargados de las cámaras de vigilancia, que pueden entrar. El más alto deja una usb en el escritorio del jefe y el otro deja dos bolsas al lado de la puerta y de una de ellas saca un recibo de pago con algo escrito. En el reproductor de Quicktime se ve en pantalla completa toda la sección de gimnasia en el salón de juegos infantiles. En una de las plataformas de salto que da a la fosa de cubos de espuma una silueta alta hace un salto mortal y cae de nuca en el piso de concreto. La altura de la fosa es de 1.25m, tal como lo escribe el jefe de seguridad en su pequeña libreta corporativa.
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