A un nivel de vuelo 360 al rededor del Boeing 767–200 las nubes cubren cualquier rastro de civilización. Una gota cae en el blanco cuero de un sofá en L. Encima del bar, en diagonal al sofá, cuelga una pintura de Mikhail Vrubel: “Demonio Alicaído.”* — Sergey Brin despierta de una pesadilla. Abre los ojos súbitamente. No experimenta ninguna pequeña convulsión, o uno de esos ejercicios de abdominal medio/bajo que muestran en las películas.
Los pies ahogados hasta los tobillos tienen a su alrededor esas ondas concéntricas que todos conocen, formadas por una piedra que cae a un río. Estos círculos, extendidos en un horizonte infinito de agua, en vez de alejarse desde el centro, se acercan en bucle. Decenas de voces vocoder cantan Blue de Eiffel 65. Tres trapecistas con cabezas de webcam que cuelgan de drones se balancean al rededor de un cielo lleno de fractales. Los intentos de movimiento por parte de Sergey son en vano. Su camisa en esqueleto se siente pesada y el agua helada sube lentamente. Empujones por dentro de su esternón son señal de pánico mientras que de sus oídos salen, como hormigas, diminutos robots con la estructura de un virus. Los ve moverse al rededor de su cabeza gracias al reflejo en el agua que ya está llegando a sus clavículas. Los robots se plantan encima de su boca y suben por su nariz, rasguñando hasta los cartílagos. El agua ya está por su cuello. En un intento de salvarse levanta la cara y en el cielo, los trapecistas descienden a pocos centímetros de su vista. En el cielo se proyectan lo que ven las cámaras. Debajo de su piel, en los pómulos y en las zonas inferiores de sus ojos, los robots crean una textura rugosa. Los poros de Sergey se abren y salen los robots uno a uno. Un agarre y un tirón lo llevan hacia la profundidad. En la densidad del agua sus movimientos son aún lentos pero no en vano. Se inclina hacia sus tobillos y eso que lo agarra ahora lo tiene de sus muñecas. Lo aprieta tan fuerte que sus dedos se mueven; tecleando el vacío.
En la pantalla de su computador portátil hay fórmulas de parámetros para una secuencia de perceptrónes multicapa. La luz que emana es tan fuerte que lo obliga a cerrarlo. Con espiraciones largas se levanta. Tronándose los huesos de la espalda se acerca al demonio alicaído. Larry Page sale del baño que está en el pasillo que da a la sala común del Boing y moviendo su mano al aire comenta:
— Uff, tengo las tripas jodidas. Ese maldito Kung Pao que nos comimos abajo casi me mata.
Sin quitar la vista de la pintura dice:
Deberíamos poner este cuadro en otro lado.


*Traducción literal de “Demon downcast”
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