“Los cazadores empuñan Hasselblads en vez de Winchesters.” -S.S.
Guardó el diminuto cinturón en el cajón del medio. Lo dejó con tanta suavidad que podía hacerse pasar por la pluma de un faisán. El niño que balanceaba sus piernas a unos 30 cm del suelo, no era preguntón como todos. Solo miraba a su padre que, orgulloso de su colombofilia, le repetía esas historias de guerra que lo hacían sentir poderoso y un hombros-rectos lleno de honores.
Se supone que las palomas vivían la emancipación durante el fuego cruzado, mantenían la distancia ideal para distraer a los francotiradores que, posados días enteros en atalayas, gracias a la paranoia, las confundían con granadas. Él le decía que las alimentaba muy bien. Comían mejor que muchos militares. Algunas eran un poco gordas para lo que demandan las zonas bélicas. Y sin embargo, siempre que le decía eso al niño, hacía un gesto de explosión con sus dedos — “Los mejores proyectiles son esos que dejan al enemigo ciego instantáneamente.”— Lo decía con una seguridad abismal porque le encantaba como se arrugaba la nariz de su hijo.
Lo cierto es que nunca vio más que en sus sueños tal puntería por parte de las cloacas de sus palomos. Pensaba que si alguna vez sucedía, el mejor regalo para ese palomo sería la libertad.
Eso es más difícil que domar un ave. ¿Cómo explicarle a un niño la idea de la libertad? Y además desde la perspectiva de algo que vuela. Ellas, entrenadas para esperar en sus jaulas. Sentenciadas a la oscuridad. Al tener la posibilidad de salir, sólo a cumplir los caprichos de hombres obsesionados con bordes irregulares e imaginarios, nada más podían hacer que volver.
Conocen el cielo, no saben de distancias y esa vista cenital roza lo omnisciente. Una inconcebible periferia. El espacio inmediato del cual no poseen conciencia alguna demuestra una total autoridad. Mientras recordaba las miradas perdidas que se le devolvían en esos tiempos, también tenía en mente las complejas formas en las que los cuervos cazaban lagartijas. Una vez tuvo la oportunidad de presenciar a una urraca limpiarse las plumas después de reconocerse frente a un espejo. Volar no era suficiente para ellas, le decía. Lo único que podía hacer era levantar a su hijo muy alto.
El pequeño al crecer no siguió a raja tabla los pasos de su padre, pero al menos llegó a entender qué es lo que significa elegir y preservar. Vigilar sin castigar. En el 2017, la revista de la National Geographic tituló un artículo sobre uno de sus mejores fotógrafos: “En lo alto para siempre.”
Nunca salía de su casa sin llevar al menos 3 baterías de repuesto. Tenía una cantidad inmensa de espacio en sus SDXC que no servían de nada si apagaba su cámara. Su obsesión con Africa y las aves que allí poblaban lo obligaba a tener músculos ágiles. Nunca le dijo a nadie su complicada relación con el AF.
Notó en su celular que llegó al lugar 15 minutos antes. Decidió recorrer la avenida. Ella le había dado una dirección que llegaba a un barrio de viviendas. Después de 20 fotos a una pareja que discutía al otro lado de la calzada, una voz familiar dijo — “¿Estas las vas a vender a Seventeen?”
— Ve y deja la mochila en ese closet y sigue a la cocina. Creo que la cafetera ya debe estar caliente. Si quieres sírvete uno. La facilidad con la que la mujer se desenvolvía lo sorprendió bastante desde el comentario con el que lo saludó.
— ¿Tienes leche? — No es un tipo tan duro. Pero ya se pudieron haber dado cuenta al ver que llegó 15 minutos antes.
Ana abrió su gabardina beige y del bolsillo interior sacó un grabador de voz digital Sony, le dio a REC y entró a la cocina mientras lo guardaba de nuevo. Le preguntó que si lo podía llamar por su nombre o prefería algo más formal. Le respondió en un tono misterioso que no importaba, que podía llamarlo como se le ocurriera en el momento. Al mismo tiempo, amalgamaba el azúcar y disfrutaba del sonido que hacía la cuchara al golpear contra la taza que, al parecer, se debía a su diseño irregularmente hexagonal.
— ¿Quieres empezar con los grandes temas o quieres contarme un poco de tu vida? — No creo que mi vida sea tan sugestiva pero si quiero saber dónde conseguiste esta taza. – La levanta como si hubiera ganado ya la batalla.— No te voy a decir hasta que empecemos. — Puso su celular a grabar la conversación encima de la mesa.